Según José Antonio Marina, filósofo y experto en educación, “learnability” es el deseo y la habilidad de aprender rápida y eficazmente. Me resulta curioso que, de momento, nadie encuentre su traducción a nuestro idioma. “Educabilidad” enfatiza más la capacidad de recibir una enseñanza que la de aprender e implica cierta pasividad que no encaja, sería más bien “aprendibilidad”… Pero despierta mi atención sobre todo que algunos comienzan a utilizarla como sinónimo de empleabilidad.
Hasta ahora, la probabilidad de acceder a un buen empleo dependía de los conocimientos y competencias. En la actualidad somos cada vez más conscientes de que nada de lo que sabemos hacer hoy probablemente valga mañana, así que comienza a valorarse no solo la capacidad de aprender, sino de hacerlo activamente. En la sociedad del conocimiento solo sobreviven las personas y empresas que son capaces de evolucionar al menos a la misma velocidad que el entorno, aunque para progresar necesitan hacerlo a un ritmo más rápido. Así que llega el momento de los aprendices versátiles. Para conservar el trabajo será necesaria la formación continua. En caso contrario, nos espera la obsolescencia y la salida del mercado laboral.
El aprendizaje tradicional no basta
Muchos ven la automatización y el desembarco de los robots como una gran amenaza. Pero no lo es menos la insatisfacción de empresarios respecto a la formación recibida por sus empleados. Un informe elaborado por el laboratorio de ideas Pew Research Center sobre el futuro del mercado laboral en 2026 concluye que hasta un 30 por ciento de los encuestados considera que ni la educación obligatoria ni la superior “serán capaces de realizar ajustes durante la próxima década para servir a las necesidades empresariales”.
Algunos expertos se alinean con fórmulas como los MOOC como gran alternativa, pero otros, como el profesor de la Universidad de Carnegie Mellon Jason Hong, son menos optimistas y lamentan el hecho de que “no haya ninguna plataforma en la actualidad que pueda formar con éxito a grandes grupos de personas”, así como del alto nivel de abandono o la incapacidad de estos formatos para formar en habilidades blandas (liderazgo, negociación, resolución de conflictos…). Sin embargo, otra corriente defiende que sí propician el desarrollo de actitudes proactivas, la capacidad de adaptación al cambio y la innovación, la facilidad de comunicación o el trabajo en equipo.
Los más críticos también manifiestan ciertas dudas sobre la calidad de algunos de ellos. Y el profesor John Bell, del Darmouth College, apunta que con su ayuda tan solo unas decenas de miles de individuos pueden formarse correctamente, pero no más.
Toca ser autodidactas
Lo que está claro es que la formación está en el tejado de cada uno, que debe tirar del carro de un proceso continuo de reeducación y aprendizaje por su cuenta, sin que nadie le marque las pautas y sin necesidad de apoyarse en un curso reglado. Porque ya es tan importante lo que sepamos hacer, como la voluntad y la capacidad y tener la dinámica de aprender. La cuestión es que este tipo de aprendizaje requiere de mucha motivación interna y otro tipo de habilidades que a veces cuestan como compartir, contribuir, comunicarse y colaborar en red: trabajar en voz alta, en definitiva, como explicaba un compañero.
Por ello, es necesario poner el énfasis en trabajar sobre los mecanismos de aprendizaje, en aumentar la capacidad de aprender. Porque ¿se puede ampliar ésta o hay un tope de aprendizaje? En este sentido son interesantísimas las investigaciones de Jose Antonio Marina desde su cátedra de Inteligencia ejecutiva y educación en la Universidad de Nebrija, los programas de la Universidad de padres y a través del Human Age Institute, una organización en la que participan más de quinientas empresas.
La conclusión es que la inteligencia es una capacidad ampliable y la capacidad de aprender, que depende de factores tanto neurológicos como psicológicos, también debería serlo. Por ello, la actitud es clave porque aumentar la learnability es incrementar el interés por aprender, con una postura activa frente al aprendizaje, que se apoya en la confianza en la propia capacidad intelectual.
El entorno importa y mucho
El entorno influye porque el aprendizaje no tiene por qué ser individual ni solitario. Hay contextos que facilitan y estimulan el aprendizaje, mientras que otros lo dificultan y disuaden.
Así que es importante empezar a pensar en situarnos en posiciones que nos permitan desarrollar la flexibilidad, la agilidad mental, la habilidad para extrapolar conocimiento de una situación a otra. Y para romper prejuicios y eliminar todo aquello que nos bloquea para el aprendizaje también es bueno comenzar por desaprender, que no es lo contrario de aprender sino que se refiere al crecimiento a través de la apertura de la mente, el inconformismo, la creatividad… Según la pirámide de Glasser, aprendemos el 10 por ciento de lo que leemos, el 50 por ciento de lo que vemos y oímos y hasta el 70 por ciento de lo que compartimos con otros; y cuando enseñamos nuestro nivel de aprendizaje se dispara hasta el 95 por ciento.
Así que parece claro que nos toca fomentar la comunidad y el trabajo colaborativo y comenzar a conjugar verbos como demostrar, practicar, organizar, participar, preguntar, relatar, explicar, resumir, estructurar, ilustrar… una lista sin fin de capacidades que están un tanto oxidadas, me temo.
Imagen: Digital Ralph

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