Supongamos que un ciudadano del siglo XIX emprendiera un viaje a través del tiempo y aterrizara en nuestra época actual. Es fácil imaginar que quedaría absolutamente fascinado con los grandes avances tecnológicos que han tenido lugar en todos los sectores. Sin embargo, si visitara cualquier escuela o universidad le podría parecer que todo se mantiene igual.
Posiblemente percibiría algunos cambios menores, y es que después de las múltiples reformas educativas que se han llevado a cabo en todos los países, se han mejorado algunos aspectos: el ambiente en la clase es mucho más distendido, el profesor fomenta la colaboración entre los alumnos, hay equipamientos audiovisuales en las aulas, los alumnos disponen de portátiles o tablets y pueden consultar Internet para la realización de sus trabajos… Pero todas estas mejoras no dejan de ser “cosméticas” y no han llegado nunca a modificar el núcleo del sistema educativo.
Me explico: el aprendizaje es una experiencia individual y específica para cada persona. Es el resultado de procesos cognitivos propios mediante los cuales asimilamos e interiorizamos nuevas informaciones que percibimos a través de los sentidos y que codificamos y almacenamos en nuestra memoria. Pero si cada alumno es único y procesa la información de forma distinta, ¿por qué a día de hoy todos los libros de textos, las exposiciones de los maestros en las clases, los deberes, y evaluaciones son exactamente los mismos para todos los estudiantes, sin hacer ningún tipo de distinción?
En todos los sectores, el consumidor puede elegir un producto o servicio entre un sinfín de opciones, pero en educación seguimos teniendo el “café para todos”.
En la antigüedad llegó a ser posible una educación personalizada, pero sólo la iglesia, los nobles y ricos en general se podían permitir el lujo de tener un profesor particular. Desde el proceso de democratización de la enseñanza que se produjo en el siglo XIX y hasta la fecha, se ha tenido que prescindir de las bondades de la “educación a la carta” en pro de ofrecer un sistema educativo gratuito a toda la sociedad.
Actualmente los Cursos masivos abiertos on line (MOOC) están ganando cada vez mas popularidad, las editoriales publican cada vez mas libros de texto escolares y universitarios en formato eBook, los alumnos y profesores usan habitualmente smartphones y tablets para acceder a contenidos educativos, las redes de datos móviles de alta velocidad permiten al alumno estar conectado en cualquier lugar… Todo esto hace que el terreno de juego esté perfectamente preparado para emprender una verdadera transformación de la educación y la chispa necesaria para que este proceso comience pasa por implementar correctamente las tecnologías de big data.
Hoy en día, gracias al uso de las nuevas plataformas de educación digital, sería posible capturar, almacenar y procesar todos los datos relativos a cada alumno en tiempo real a lo largo de todo su proceso de aprendizaje. Podríamos, así, saber cuánto tiempo ha tardado en responder una determinada pregunta de un examen, cuántas y qué cuestiones se ha saltado sin responder, si ha necesitado revisar una determinada lección varias veces, si ha tenido que volver a repasar determinados conceptos de lecciones anteriores para poder avanzar o qué consejos por parte de los profesores han funcionado mejor en cada alumno.
Con una monitorización de los alumnos se podrían identificar en que áreas específicas necesita ayuda cada uno de ellos y personalizar las lecciones y contenidos educativos para optimizar la comprensión de las distintas materias.
Gracias a big data los profesores podrán definir una ruta personalizada para los estudiantes durante todo el proceso educativo. Se trata de que cada alumno pueda convertirse en la "mejor versión de sí mismo", que es el fin último de la educación. El profesor en este nuevo escenario pasa a ser fundamentalmente un coacher de sus discípulos para intentar descubrir sus debilidades y fortalezas, y guiarlos en el día a día, con motivación, para superar los obstáculos y fomentar sus puntos fuertes.
Hasta ahora el único feedback existente en el sector educativo era en una dirección: desde los profesores/colegios a los alumnos/padres según las calificaciones de exámenes, comportamiento y participación en clase o la realización de deberes, como únicas fuentes de información. Siempre nos hemos centrado en evaluar los resultados de la formación, olvidándonos de medir el proceso de aprendizaje en sí mismo. Pero big data ha llegado a las aulas para dar un giro radical a esta situación con un feedback en tiempo real tanto para los estudiantes, para que puedan ser más eficientes en sus estudios, como para los profesores, para que sean conscientes de qué técnicas y métodos funcionan en cada alumno, y para que las editoriales puedan mejorar y corregir los libros de texto digitales de forma dinámica.
Y todo esto ya es posible porque big data es una realidad, aunque aún queda lo más difícil por hacer, y es que los todos los agentes involucrados (gobiernos, universidades, centros educativos y empresas de servicios tecnológicos) se alineen y puedan emprender el proyecto de transformación definitivo que el sector de la educación requiere para, de esta forma, obtener una sociedad mejor preparada, más creativa, con una menor tasa de desempleo y, en definitiva, más competitiva.
Imagen: Michael Coghlan

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