Lo de minería urbana puede sonaros extraño pero ¡atención!: en un día cualquiera se generan en el mundo 3,5 millones de toneladas de basura y la cantidad va a más, como consecuencia del constante aumento de la población mundial. Otro dato: un ciudadano medio de Europa o Estados Unidos consume cien kilos de plástico al año, lo que provoca que, según un estudio, en la actualidad haya una cantidad de este material pululando en el océano Pacífico que casi triplica la superficie de Francia.
Son solo dos ejemplos para ilustrar el problema que supone para nuestro planeta la gestión de la enorme cantidad de residuos que generamos y, lo más importante, la necesidad de concienciarnos de que es preciso abandonar los medios de producción actuales para pasar de la tradicional economía lineal (extraer -producir-consumir-tirar) a la economía circular (extraer-producir-consumir-reciclar).
También la tecnología produce residuos, la denominada chatarra electrónica, que representó unos 46 millones de toneladas en 2017 según un informe de la Unión Internacional de Telecomunicaciones. En España, según un estudio elaborado por la Comisión de Residuos Electrónicos de la Oficina Internacional del Reciclaje, cada español generará 25 kg de basura electrónica en 2025. Pensemos en un sinfín de ordenadores, teléfonos, frigoríficos y demás aparatos cuyo peso es ocho veces mayor que el de la Gran Pirámide de Giza… Aproximadamente el 20 por ciento de esos residuos se reciclan, pero muchos otros se transportan a países en vías de desarrollo, especialmente en África. Una vez allí, los que siguen funcionando se ponen en circulación en el comercio local y los que llegan estropeados (y saltándose la convención de Basilea, que prohíbe el transporte de residuos peligrosos) acaban en vertederos locales donde se les extrae el cobre, aluminio y otros materiales de valor que contengan, que vuelven a las fábricas de los países desarrollados. Gracias a ese tráfico ilegal de residuos electrónicos y el comercio de equipos de segunda mano que propicia, una parte de la población de esos países en vías de desarrollo puede tener acceso a la tecnología que, de lo contrario, no podría obtener, pero es evidente que no procesar correctamente dichos residuos electrónicos está generando un problema medioambiental de imprevisibles consecuencias.
Desde el punto de vista estrictamente económico, también es beneficioso procesar correctamente estos residuos y es que, según un informe publicado en la revista Environmental Science & Technology, es trece veces más caro extraer de la tierra los minerales necesarios para fabricar nuevos dispositivos electrónicos que obtenerlos de otros aparatos inservibles; se cuantifica en 55 mil millones de dólares la cantidad de dinero que podríamos ahorrarnos si la chatarra electrónica se reciclara adecuadamente. Todo ello sin entrar en que más de la mitad de los componentes empleados en la fabricación de un smartphone son los llamados “minerales de conflicto” (wolframio, tantalio, indio, estaño, cobalto o incluso oro), cuya extracción se lleva a cabo en países subdesarrollados en unas condiciones de trabajo pésimas, muchas veces bajo el control de grupos armados.
Surge, así, un nuevo concepto dentro de la economía circular: el de minería urbana, que existe en las plantas donde se trata la chatarra electrónica. Ese tipo de basura es el más deseado por los traficantes ilegales de residuos y el más difícil de reciclar porque contiene materias primas indispensables pero en cantidades microscópicas (en un teléfono móvil puede haber más de cincuenta elementos de la tabla periódica). Pero resulta fundamental poder reutilizar esos materiales de una forma segura y eficiente.
En España existe la posibilidad de entregar nuestros viejos aparatos electrónicos en la tienda en la que adquirimos los nuevos, de forma gratuita, incluso si hacemos la compra a través de Internet. Sin embargo, solo el 40 por ciento de la basura electrónica que se produce en nuestro país se recicla de forma correcta, a pesar de que la ley dice explícitamente que los consumidores no debemos tirar nuestros residuos electrónicos a ninguno de los contenedores habituales ni dejarlos en la calle donde está explícitamente prohíbido su abandono. Por ello es tan importante el papel que desempeñan los vendedores de tecnología para un correcto reciclaje. En este contexto, Telefónica está digitalizando la gestión de sus residuos en Europa y Latinoamérica mediante una herramienta denominada GReTel (Gestión de Residuos de Telefónica), que permite disponer de un registro de todos los residuos generados en sus centros de trabajo de cualquier país y en cualquier actividad (estaciones base, oficinas, centros de I+D+i, etc.). Así, se genera información útil, como ratios de reutilización y valoración de residuos, que contribuye a mejorar la eficiencia en su gestión.
Los resultados de esta iniciativa ya se pueden apreciar: Telefónica generó en 2016 23.500 toneladas de residuos, de las que 15.500 fueron cables originados en el proceso de transformación de la red. El 98 de ellos se recicló. Además, gestionó 5.247 toneladas de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE), de los que el 27 por ciento fue reutilizado y un 69 por ciento reciclado para extraer y reaprovechar sus componentes como forma de minería urbana. Tan solo un 4 por ciento, principalmente materiales no recuperables, se destinó a vertederos o fue incinerado.
En un contexto más amplio, la Unión Europea ha asumido el reto de implantar un nuevo modelo de industria basado en la economía circular y España, como parte de la UE está empezando a tomar medidas al respecto. Recientemente se lanzaba la nueva "Estrategia de economía circular 2030″, que nace con el objetivo de dar respuesta al 80 por ciento de los residuos urbanos que ahora no se reciclan, mediante la dotación a las ciudades de infraestructuras de tratado de residuos que faciliten la transición hacia una economía circular. Porque está claro que el crecimiento de la sociedad será sostenible o sencillamente no podrá ser.
Imagen: annca/pixabay

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