El 15 abril de 1452 nacía un gran pintor, de nombre Leonardo, en el pueblecito de Vinci, cerca de Florencia. Leonardo Da Vinci pasó sus primeros años en una humilde granja de Anchiano. Su padre, al observar su gran curiosidad por aprender y su inteligencia, lo envió a clases de matemáticas, música y ciencias naturales. Quizá haya sido la persona que mayor talento ha desplegado en distintas disciplinas. Da Vinci define la palabra polímata pues, a lo largo de su vida, destacó como un gran pintor, escultor, matemático, ingeniero, inventor, anatomista, geólogo, cartógrafo, botánico y escritor. Le tocó vivir grandes revoluciones en Europa. El Renacimiento supuso una nueva forma de observar el mundo y al ser humano y, en ese renacer de la antigüedad clásica, el hombre volvió a ser el centro de interés, y el conocimiento y el saber cobraron protagonismo. Gracias a la invención de la imprenta, la letra impresa generalizó de forma rápida este cambio cultural.
Podemos observar un interesante paralelismo entre la Edad Moderna (aquí se encuadra el Renacimiento) y sus valores de modernidad (progreso, comunicación y razón) y nuestra Edad Contemporánea, que ya lleva a sus espaldas tres revoluciones industriales y andamos inmersos en una cuarta, la de la Industria 4.0 pero también del conocimiento.
Según Klaus Schwab, presidente y fundador del Foro Económico Mundial, hay tres razones, expuestas en su libro La cuarta revolución industrial, por las que las transformaciones actuales no representan una prolongación de la tercera revolución industrial, sino la llegada de una distinta: la velocidad, el alcance y el impacto en los sistemas. Estas razones y el entorno VUCA en que llevamos bastantes años inmersos nos retan a ser renacentistas, con capacidad, por tanto, de integrar varias disciplinas con la cada vez más demandada visión de conjunto.
Un ejemplo lo tenemos en el ámbito de la salud: los médicos internistas son los expertos a quienes recurren los médicos de atención primaria y el resto de especialistas para atender a enfermos complejos, afectados por varias enfermedades o que presentan síntomas en varios órganos, aparatos o sistemas del organismo.
Y en el complejo ámbito tecnológico actual destaca la ingeniería de sistemas que, como metodología, se caracteriza por su enfoque interdisciplinario y su estilo holístico (general-global-integral), lo que hace que sus profesionales formen también parte de este tratamiento renacentista. El origen del término ingeniería de sistemas se remonta a los Laboratorios Bell (ahora Lucent Technologies) en la década de 1940 y surge de la necesidad de identificar y manipular las propiedades de un sistema como un todo. En proyectos de ingeniería complejos queda patente la ley sistémica: ”un sistema representa más que la suma de sus componentes”.
Al igual que los avances científicos e industriales del siglo XIX y principios del XX impulsaron la especialización, en la actualidad, con el vertiginoso avance de la tecnología, los entornos colaborativos y el mundo hiperconectado, no tenemos capacidad para aprehender todo el saber puesto a nuestra disposición. Y, aunque podamos pensar que la separación entre ciencias y humanidades ha existido desde siempre, sin embargo, tuvo lugar a finales del siglo XIX, durante el Romanticismo, precisamente coincidiendo con dicha especialización. Dejando las discrepancias entre las disciplinas y los métodos utilizados, su separación lo que sí hace es limitar las posibilidades de ampliar conocimientos, lograr nuevas metas y dificulta que como profesionales seamos más empleables.
Pero en esta cuarta revolución la innovación es clave y, si bien hasta no hace mucho los analistas consideraban que ésta estaba directamente relacionada con las disciplinas STEM, podemos contextualizar esta idea como un pensamiento romanticista.
Leonardo Da Vinci ya decía que "el arte es el rey de todas las ciencias a la hora de comunicar conocimiento a todas las generaciones del mundo". Esa letra “A” (de Arte) que nos hace más renacentistas, formaría parte de la ecuación mágica Innovación = Artes + Ciencias, y esa A completaría el acrónimo STEM para convertirlo en STEAM. Los objetivos de STEAM son básicamente integrar el arte y el diseño en la formación científica a imagen del Renacimiento, cuando las humanidades y las ciencias se concebían como parte de un conocimiento común. STEAM propugna que humanistas y científicos abanderen una misma identidad, sus competencias sumen y ambos adquieran competencias digitales para desenvolverse con éxito en la nueva sociedad del conocimiento. Este enfoque representa un valor diferencial en el espacio de innovación en el que a partir de ahora deberemos movernos y un avance exponencial para esta industria 4.0 y los nuevos trabajos del futuro. Lo vemos, por ejemplo, con los científicos de datos, cuyo perfil debe ser multidisciplinar. No basta con que sean matemáticos, tienen que conocer programación, saber del negocio, tener carácter visionario…
Por todo ello es muy importante introducir y potenciar desde primaria las enseñanzas STEAM en nuestro sistema educativo y seguir siendo aprendices permanentes en el siglo XXI.
Imagen: Pixabay

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