“Los analfabetos del siglo XXI no serán aquéllos que no sepan leer y escribir, sino aquéllos que no sepan aprender, desaprender y reaprender”: es la idea que difundió en 1970 Alvin Toffler, escritor estadounidense conocido por sus artículos acerca de la revolución digital, en su libro "El shock del futuro". En él describe un estado psicológico que afecta tanto a individuos como a sociedades enteras, cuya definición más corta es la percepción personal de "demasiado cambio en un período de tiempo demasiado corto". Acuñó, además, otro término para complementar el anterior: information overload o sobrecarga informativa.
Hoy disponemos de demasiada información para tomar cualquier decisión o simplemente para permanecer informados sobre un determinado tema. Dicha información se actualiza encima continuamente y entra en contradicción con la información que previamente teníamos. Conclusión: tanto cambio tecnológico y social deja a muchas personas desconectadas, desorientadas y estresadas.
Se dice que vivimos en plena era VUCA (Volatilidad, Incertidumbre o Uncertainty en inglés, Complejidad y Ambigüedad). No hay más que echar un vistazo a cómo fluctúan las cotizaciones de las grandes empresas para darse cuenta de ello. Como tanto se ha repetido, según los expertos, el 40 por ciento de lo que estudian ahora los jóvenes estará obsoleto dentro de diez años cuando empiecen a trabajar en trabajos que hoy no existen, como ya sucede con los trabajos más demandados en la actualidad según LinkedIn (experto en cloud, data mining o desarrollador de aplicaciones móviles, que tampoco existían hace una década).
La velocidad con la que se actualizan los conocimientos, que hace que hoy ya esté obsoleta la tecnología que ayer parecía que iba a cambiar el mundo, nos obliga a gestionar ese disco duro que llamamos “cerebro” de una manera nunca vista hasta ahora, porque nos resulta imposible procesar a la velocidad adecuada toda la información y todos los cambios que suceden a nuestro alrededor.
Pero la cuestión es que nuestro cerebro, aunque es un órgano alucinante, tiene una limitación importante: no se puede formatear a voluntad como un ordenador. Es decir, no es posible borrar de nuestra mente el concepto A y sustituirlo por el B porque los conocimientos y creencias adquiridas van a formar parte de nosotros toda la vida. No es posible, por tanto, “desaprender” entendido como sinónimo de olvidar. Y ahí radica la dificultad. Lo que debemos hacer en esta era VUCA es replantearnos lo aprendido y mirarlo desde otro punto de vista. Desaprender consiste, pues, en mirar de manera crítica lo que ya sabemos y ser conscientes de que lo que funcionaba ayer hoy probablemente no lo haga y, por tanto, debamos buscar (aprender) nuevas opciones.
Ser capaces de desaprender será fundamental en el siglo XXI. Decía Mark Twain que “cuando te veas del lado de la mayoría, párate a reflexionar. En las multitudes no se acumula el sentido común, sino la estupidez”. Realmente lo que quería decir es que el éxito es sinónimo de diferenciación porque si haces lo mismo que todo el mundo, ¿cuál es tu ventaja competitiva y, por tanto, por qué los clientes acudirán a ti y no a otro? Diferenciación implica innovación y esto, a su vez, replantearse la forma tradicional de hacer las cosas y buscar alternativas… De nuevo, desaprender para volver a aprender. La metáfora que lo explica es lo que se hace en una huerta, que es quitar primero toda la maleza y malas hierbas que se acumulan de forma natural y después, remover y abonar la tierra para sembrar.
Así que en este entorno cambiante, es imprescindible limpiar la mente y dejar espacio libre para asumir nuevas enseñanzas. La buena noticia es que ya lo estamos haciendo. ¿O alguien se acuerda de cómo quedábamos con los amigos cuando no existían los móviles? ¿O cómo se trabajaba hace veinte años, antes de que el correo electrónico y el ordenador estuvieran extendidos por todas las empresas? Yo recuerdo (y no soy tan mayor), enviar decenas de folios de documentación por fax a las centrales telefónicas y tener que llevar en coche una cinta con la nueva versión de software que había que instalar urgentemente, antes de que llegara el “elixir de la virtualización”… La diferencia es que ahora la capacidad de desaprender y reaprender ya no será recomendable sino básica en cualquier trabajo.
Termino con otra cita de un personaje ilustre, Eduard Punset: “desaprender la mayor parte de las cosas que nos han enseñado es más importante que aprender” porque muchas veces el límite no está en lo que desconocemos, sino en aquello que creemos que sabemos sin que sea así.
Imagen: Giulia Forsythe

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