Según previsiones de la OMT en 2030 habrá 1.800 millones de turistas internacionales en el mundo. Las ciudades tienen ante sí el gran reto de gestionar ese flujo. En destinos emergentes no hay tanto problema, pero en destinos maduros -el continente europeo en su conjunto- puede convertirse en un peligro si no se empieza a usar la tecnología para gestionarlo y controlar su capacidad de carga.
La industria turística es uno de los motores de la economía y representa más del 11 por ciento del PIB español, pero en el “Año del turismo sostenible” ciudades como Barcelona, Palma o Madrid se han echado a la calle para rebelarse contra la masificación turística, un fenómeno en alza que, impulsado por plataformas como Airbnb, amenaza su identidad.
A mí me ha tocado vivirlo. El año pasado tuve que cambiar de casa. Mi primer reto fue encontrar un alquiler en Palma. Ya me quedé blanca al ver que en las webs la oferta era mínima y cuando encontraba una vivienda siempre había alguien más avispado que se la llevaba. Fueron unos meses desesperantes. Un agente inmobiliario me confesó que había tanta demanda que los interesados adelantaban la reserva para asegurarse el piso antes incluso de que saliera al mercado. Era la ley del más rápido. Si encontrar un alquiler de larga duración aquí es misión imposible, en Ibiza es todavía peor (chalets patera, coches o garajes reconvertidos en vivienda, alquileres estratosféricos por una cama…). Tras más de diez intentos conseguí un apartamento a precio de adosado cerca del popular barrio de Santa Catalina. Eso sí, el propietario solo me hizo contrato hasta mayo porque en temporada alta lo rentabilizaba más como vivienda turística. El bloque, de hecho, estaba atestado de visitantes fugaces y el trajín de maletas era diario. Sentía que vivía en un hotel y en los ocho meses que estuve alojada no conocí a ningún vecino. Una amiga mallorquina me contó que creció en ese barrio y le hubiera gustado seguir en él, pero al ponerse de moda entre los turistas, las calles se transformaron, el comercio tradicional desapareció y los precios subieron tanto que acabaron por echarla. “El barrio ha perdido su encanto”, se lamentaba.
En verano es fácil ver en la isla playas cerradas por overbooking o sin posibilidad de aparcamiento y si te paseas por el centro de la ciudad corres el riesgo de que una ola de cruceristas te arrastre, sin mencionar la saturación de los servicios públicos o de las carreteras con coches de alquiler con movimientos dubitativos de no saber por dónde van. En algunos barrios de la ciudad han aparecido pintadas contra el turismo (“Tourist go home”, “Stop guiris”…) e incluso han surgido manifestaciones y protestas vecinales. El fenómeno se conoce como “turistificación” y alude al impacto que tiene la masificación turística en el tejido comercial y social de determinados barrios o ciudades.
Hemos de tener en cuenta que un destino tiene limitados los recursos y el espacio, y que turistas y residentes “competimos” por ellos. Las Islas Baleares recibieron el año pasado 13 millones de turistas extranjeros, un 12 por ciento más que en 2015. ¿Hasta dónde puede llegar… sin hundirse? La irrupción del turismo de masas causa problemas en la vida de los ciudadanos: la vivienda escasea y se encarece, los barrios se degradan y pierden su identidad, aumenta el ruido, la inseguridad y las calles se hacen intransitables… Si antes cantábamos “Bienvenido Mr. Marshall” hoy el sector vive con inquietud el aumento del rechazo al turismo.
Objetivo, destinos inteligentes
El informe “Turismo de compras, ¿cómo gastan los turistas en España?” elaborado por CBRE deja patente que cuanto más masificado es el destino, más desciende el gasto medio. Más turismo no significa mayor gasto. Los destinos deben atraer a un turismo de calidad y responder a la “turistificación” que amenaza su habitabilidad futura. Roma, Barcelona, Venecia… están tomando medidas para que el turismo masivo no las haga morir de éxito. Entre ellas encontramos:
- Creación de un “Observatorio del turismo” que contribuya a la sostenibilidad de la actividad turística.
- Establecimiento de límites de acceso a los monumentos históricos o a la llegada de turistas. En Venecia se han instalado contadores en la entrada a la ciudad y en los muelles donde desembarcan los barcos.
- Encarecimiento del precio de los alojamientos turísticos o inclusión de una tasa para evitar su proliferación. En algunos destinos las viviendas turísticas ya superan a la oferta de plazas hoteleras.
- Firma de acuerdos con las plataformas para ordenar la situación.
- Legislación que limite y regule la oferta de viviendas vacacionales, por ejemplo con el establecimiento de un máximo de tiempo (60, 120 días…) para que una vivienda vacacional pueda ofertarse en una plataforma, de manera que superado el cupo se retira de la oferta hasta el año siguiente.
- Congelación de licencias para nuevos hoteles y límites al cambio de uso de determinados edificios para evitar que se exploten para el turismo.
- Promoción de los alrededores y generación de nuevas áreas de interés en otras zonas de la ciudad que descongestionen las tradicionales.
- En las Baleares se pretende conseguir el equilibrio turístico invirtiendo el esfuerzo promocional para crecer en invierno y decrecer en verano.
- Agua en vez de multas es la singular iniciativa en Florencia para combatir a manguerazos los “campamentos” improvisados de turistas en sus principales monumentos.
- Campañas de comunicación para fomentar el turismo sostenible. Llamativa es la iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona al poner camas a los pies de la Sagrada Familia o la Catedral para sensibilizar a los turistas de la ilegalidad de las viviendas.
Como veis, no hay receta única para reducir el impacto del turismo y convertir un destino en sostenible, pero sí muchas ideas en el aire. Cada ciudad debe encontrar su respuesta y sobre todo la meta de convertirse en un destino turístico inteligente.
Imagen: Fredrick Ohlin

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