Vivimos en un mar de datos que crece a un ritmo vertiginoso. Baste señalar que sólo en un día de 2011 se generaron más datos que en todo el año 2000. Para poner orden en este caos surge el big data, pero… ¿Estamos aprovechando todo su potencial?
Sensores, redes sociales, dispositivos móviles, apps, arduinos, tarjetas de crédito, antenas de telefonía, internet de las cosas… todos estos elementos están generando en nuestras sociedad una cantidad ingente de datos sin precedentes a un ritmo frenético. Esta multiplicación de información sobre objetos y personas está dando lugar a la creación de un gran volumen de datos sobre el que se plantean interrogantes acerca de cómo gestionarlos y visualizarlos para poder sacarle el máximo partido.
Las técnicas tradicionales ya no son suficientes para interpretarlos, y está irrumpiendo con fuerza una nueva ciencia de los datos que combina informática, matemáticas y arte para poder visualizar patrones y anticiparnos a las tendencias de la sociedad: el big data.
El hablar de datos supone un territorio aún por explorar, una riqueza por explotar. Su abundancia se puede comparar con los pozos de crudo. Los datos, al igual que el petróleo, no son ricos por sí mismos, sino que necesitan ser canalizados/tratados, pero aún no sabemos bien cómo hacerlo. La gestión del contenido, el cloud o la movilidad son factores que están produciendo un flujo continuo de datos en las organizaciones y ha llegado la hora de gestionarlos para generar ventajas competitivas.
La enorme cantidad de información nos produce bloqueo: a más cantidad de datos, menor capacidad de toma de decisiones adecuadas. Nos pasa en el supermercado, tanta variedad de productos nos genera confusión, y ante tanta oferta muchas veces no sabemos ni qué elegir. Por eso necesitamos herramientas que procesen toda esa información que está ahí fuera y nos la haga más ‘digerible’.
Buscando dos ejemplos de cómo el big data nos puede hacer la vida más fácil, nos topamos con Nest , un revolucionario aparato que analiza nuestros patrones de movimiento para la eficiencia energética o las smartcities, que nos ayudan a extraer valor de las ciudades para también contribuir al ahorro.
Los sensores cada vez están cobrando más fuerza en este escenario del Data Science. Airbags, detectores de humo, sensores de aparcamiento, smartphones…no solo hay un torrente de datos, sino que se genera en nuevos formatos: algo de magnitud física pasa a convertirse en datos. Esto está contribuyendo en gran medida a la llamada ‘democractización de los datos’: hoy en día cualquiera puede generar multitud de ellos y quedar registrados en un minúsculo objeto como puede ser una simple placa.
Demasiados datos, sí, pero…¿Dónde están? ¿Cómo podemos extraer valor de ellos? ¿Para qué sirve exactamente el big data?
Cuando hablamos de big data nos referimos a una tendencia tecnológica que usa herramientas analíticas ‘especiales’ capaces de procesar grandes cantidades de datos, ya que a las convencionales les resulta imposible trabajar con tantísima información. Esto no se hace en vano, sino con el fin de hacer predicciones para poder tomar las decisiones más adecuadas y en consecuencia, conocer cada vez mejor a los consumidores para hacer realidad sus deseos.
Cada vez más los negocios, la economía y otros campos, hacen que sus decisiones se basen más en datos y análisis, y menos en la experiencia o la intuición. Esto es teoría, pero veamos un ejemplo real sobre cómo las empresas y la sociedad en general pueden beneficiarse del big data:
Una persona solicita presupuesto para su seguro de coche. En un principio, con los datos básicos sobre su perfil de asegurada (sexo, edad…) el coste propuesto asciende a 2.000 euros, pero la aseguradora le plantea un trato para ‘minimizar’ su desembolso: colocarle un GPS para enviar datos sobre su conducción: si sobrepasaba el límite de velocidad, el riesgo de las carreteras por las que se mueve a diario para ir al trabajo…De este modo la aseguradora logra ‘afinar’ el perfil de riesgo de la conductora, y gracias a esta información mucho más ‘precisa’ consigue bajarle considerablemente la cantidad a pagar: 600 euros. Así, precisando más los datos, se extraen conclusiones más detalladas, lo que finalmente repercute favorablemente en el acuerdo. La aseguradora minimiza su riesgo, y el cliente consigue un gran descuento.
Vivimos en un mundo inundado de datos, y si sabemos gestionarlos correctamente, se convertirán en una gran ventaja que sin duda nos hará la vida más fácil.
Imagen: Flickr de mrflip

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