Vivir en un mar de datos puede representar no sólo una ambiciosa aventura tecnológica, sino también un jugoso beneficio para nuestro país o, más bien, para toda Europa. Los entendidos cifran que big data proporcionará un crecimiento del 1,9 por ciento del PIB en 2020 con 4,4 millones de empleos ya directamente involucrados en 2015 en esta industria.
Lo anterior, junto a otros muchos aspectos, lo repasamos el pasado día 24 en la primera sesión de este año de “Mar de datos” de Fundación Telefónica. Una sesión apasionante, que fue la primera de un ciclo de otras dos que se celebrarán el29 de abril y 27 el de mayo y nos permitirán ampliar nuestros conocimientos sobre big data e IoT, sin olvidar la exposición Big bang data, que se podrá visitar hasta el 24 de mayo.
Se refieren al dato como el petróleo digital del s. XXI. El llamado oro negro fue en su momento motor de riqueza y transformación: ciertamente nadie recuerda los campos despoblados de Texas, pues ahora la industria petrolífera ha aupado esta región como una de las diez economías más prosperas y avanzadas del planeta. Pero el petróleo por sí solo no basta, necesita de otras industrias anexas: la de la transformación y sus refinerías…, y lo mismo sucede con big data y así se puso de manifiesto en la sesión de “Mar de datos”. Esto implica, entre otras cosas, un entorno regulatorio propicio que, sin embargo, no violente las libertades personales, un mercado útil para dichos datos, un ecosistema innovador de pequeñas y medianas empresas que desarrollen algoritmos y sus aplicaciones, sin olvidar una infraestructura de investigación bien organizada y con financiación.
De todos estos temas se hablaron en el encuentro sobre el que escribo y los ponentes expusieron sus puntos de vista con brillantez. Ciertamente las aplicaciones en banca, telecomunicaciones, sanidad e investigación son referentes y demuestran actuales casos de éxito. Pero más allá del bombo que se le da a big data, ya muchos se manifiestan prudentes debido a los costes de los actuales dispositivos y sensores, pues no son lo bastante baratos y sus baterías aún no duran lo suficiente, entre otros motivos. En realidad, como dijo Bruno Cendón, de TST Sistemas, nuestros dispositivos IoT son aún como los móviles de segunda generación de principios de 2000, ¿y quién los recuerda?
Pese a las dificultades existentes (quién no las encuentra cuando uno es pionero) quisiera terminar con un mensaje positivo: los datos son la gran oportunidad para una gestión eficiente, son fuente de transparencia ciudadana y de avance del conocimiento. Evidentemente no son la panacea (a este respecto hubo alguna interesante reflexión sobre la dualidad cuantitativa-cualitativa de la información), pues en cualquier análisis numérico correlación no implica causalidad… aunque la falta de datos significa siempre la más completa oscuridad y cerrazón al progreso.
Por eso, ¡encendamos la luz! Arriba el telón, enchufemos nuestros sensores a la nube y que los algoritmos matemáticos se abran paso en la sinrazón. Lo peor de todo es no saber lo que sabes… y ya lo dijo Sócrates, aunque al revés, hace muchos siglos: solo sé que no se nada. ¡Sócrates era un admirador del big data a su manera!
Imagen: Escola Santa Anna

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